PUÑOS EN ALTO

Rodrigo Javier Martínez, 15-11-2016
No voy a hablar de fútbol, no puedo, porque no vi el partido, estuve en la cancha, pero no lo vi, lo sentí, lo sufrí, pero no pude ver nada. Solo respiré al final, luego de tanto ahogo, de tantas emociones, de tanta presión. Alcé mis manos y miré al cielo recordando cada minuto de la semana después del partido en San Juan.
No puedo hablar de fútbol porque fueron demasiadas emociones. De la mano de la familia, compartiendo un gran día con amigos, entré a la cancha con una pesa en el pecho que no me dejaba respirar. Como costó estacionar, no entendíamos nada, pero algo de fe y esperanzas había. Le rendimos tributo a los Dioses con una jornada de fraternidad y camaradería, no podíamos sufrir otro traspié.
Ya en la popular no dejé de alentar, de cantar, de sentir que no se nos escapaba, como me pasa siempre, porque no puedo vivir en las sombras, siempre busco la luz. Pero los minutos corrían y ese miedo de caer de nuevo me atormentaba. Pasaban los minutos y todo se volvía gris, hasta que se me vino el mundo abajo con el gol rival. No puedo explicar que sentí con tantas emociones a flor de piel pero a la media hora se derrumbó todo lo bueno del día.
Terminó el primer tiempo y me fui, no tenía más nada para dar. Necesitaba tomar algo, mojarme la cabeza, revivir de tanta angustia y se me pasó la hora, o simplemente no quería volver a sufrir. Me preocupé por un caído en combate, me crucé con un gomía de antaño y tomando aire decidí volver, no podía evitar la cruda realidad. Empecé a caminar desde el baño para la cancha, para la entrada de siempre, la que tantas alegrías me dio y que ahora parecía el largo pasillo que camina un condenado a muerte. Pero entrando a la cancha, me sentí en casa, y aunque abatido, algo me reconforté.
Salí a la popular y encaré para subir dándole la espalda al verde césped, de repente todos los rostros que tenía por sobre mi se llenaron de asombro y ansiedad, todos los ojos se agrandaron en un redondo perfecto. Giré sobre mi eje y lo vi al Monito Vargas arrancando su slalom para definir sobre la salida del arquero de Defensa y Justicia, ahí, en ese tercer escalón contando desde la pared de la salida, grité el gol del empate con lo poco que me quedaba.
No tenté a los Dioses y ahí me quedé. La referencia era un tilde de brea que estaba junto a la separación de los bloques de hormigón, ese agujero que junta mugre y cuando eras chicos oficiaba de entretenimiento esperando encontrar algún tesoro fantástico. El domingo ese lugar era mi tesoro. Lo puse sobre la amistad, sobre cábalas anteriores, y ahí me quedé.
Desde ahí lo tuvimos varias veces y la gente no paró de alentar, era una oleada de esperanza que llenaba cada corazón y empujaba con una fuerza invisible, tan fuerte era que faltando 15 minutos ocurrió un milagro. Nos cobraron un penal a favor. Casi me pongo a besar ese tilde de brea de la alegría, casi abrazo a todos, pero de sufrimiento esta hecha esta historia porque Nasuti no sintió esa fuerza e inflando el pecho con un dejo de displicencia pateo el penal a las manos del portero. En ese momento sentí que debía volver con el resto de la banda. La frustración fue tan fuerte, tan intensa, que le tomé un odio momentáneo al lugar ese que pintaba como la tierra prometida. Pero había algo que me ataba y decidí quedarme hasta el final.
La angustia era tal que solo quería que termine. Mal o bien ya no soportaba estar ahí. Era ver a Vélez buscar y chocar contra sus propias limitaciones, contra sus propios temores, nuestros miedos. El aliento solo se cambiaba por los silbidos al blondo defensor para volver a cantar, empujando desde lo mas interno de cada uno.
Pero se terminaba el suplicio, era un punto, era no perder, pero no era mucho más que nada. El penal errado había sido demasiado. Tanto esperan un penal a favor para errarlo, parecía un cuento de Fontanarrosa, y quizás lo fue, porque en el adicional Díaz encaró y un defensor visitante, como poseído por una fuerza misteriosa y una vehemencia descomunal, lo reventó en varios pedazos. Era penal y el arbitro lo cobró.
Desde ese momento sentí que viví dos vidas, o tres. Fue interminable. Quería cerrar los ojos pero tenía que ser valiente. Quería pensar en positivo, pero las sombras del penal errado me ganaban. No podía ver nada, estaba envuelto, como todos, en un irrefrenable torbellino de todo. Pero Dios se apiadó e hizo que el juez pite para que Caire comience su carrera. Si toda la previa a eso fueron 3 vidas, la carrera del lateral fueron 6 vidas. Lo vi errarlo, se me apagó la luz, pero un alarido descomunal me devolvió a la realidad. Había pasado entre las piernas del arquero. Había sido gol. No lo pude gritar, solamente me lleve las manos a la cara y lloré, llore solo, pero me abrazaban y fuerte, como sosteniéndome. Pasó una señora y me abrazó. Pasó un flaco y me abrazó. Pasó una chica y me abrazó. Vélez me estaba abrazando. Me estaban abrazando un centenar de años historia, un legado, un camino recorrido. Logré secarme las lágrimas y aguantar lo poco que quedaba y cuando terminó, levante los brazos con los puños cerrados recordando a mi familia, a mis amigos, todo lo que vivimos en esta semana, todas las alegrías, todas las penurias y grité un cerrado pero fuerte "Vamos Vélez Carajo".
Y entonces bajaron los pibes con quienes nos abrazamos profundamente, incluso con mi hermano a quien le dedique un abrazo un poco mas largo, porque sabía lo que estaba pasando. Y nos volvimos a casa donde me puse a ver la tele con mi hija mayor, después bañé a mi hija menor, cenamos todos juntos en medio de una profunda alegría y me fui a dormir. Cerré los ojos y recordé que no había visto el partido, que solo había vivido emociones intensas, recordé ese tilde de brea, recordé mis lágrimas, recordé la felicidad de la más chiquita cuando le dije que habíamos ganado. Quizás la fecha que viene volvamos a perder, quizás vuelva a relatarles un cuento de tinte épico o quizás les haga un análisis futbolístico minucioso y detallado, pero nadie me quita esos puños cerrados en alto mirando el cielo, porque por una vez en mi vida, que poco me importó no haber visto un partido de fútbol.
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