UN PARTO

Rodrigo Javier Martínez, 17-04-2017
Caer en el lugar común de levantar la bandera del sufrimiento para tratar de darle sentido a la alegría del sábado es una tentación difícil de esquivar. Si hay algo a lo que siempre me negué es a ponerme el mote de "hincha sufrido" y pelear contra la estigmatización de víctima del destino o de racin*uearla toda. Todos los hinchas somos sufridos en una primera instancia, pero el adjetivo simple de padecer por padecer y aceptar este apelativo sin oponer resistencia es algo a lo que me niego rotundamente, pero la puta madre, como sufrimos el sábado, ¿es necesario sufrir así? Y aunque el placer de esta victoria es inmenso, siento que la he disfrutado en extremo por el extra de sentir que el corazón se salía por la boca y el aura se escapaba a cada momento del cuerpo. ¿Sufrido? No, pero que hemos parido tres puntos sin anestesia, eso seguro.
Y en ese parto hubo noventa minutos de fútbol donde Vélez fue amo y señor de la noche bahiense durante los primeros 35 minutos donde el gran uruguayo Zabala, conocedor de hacer goles de visitante, cruzó un remate certero para poner la mínima cuando el partido recién arrancaba. Y ahí Vélez entró en ese terreno desconocido para el equipo que es estar ganando. Y aunque conocido, siente la inmensa necesidad de replegarse para aguantar lo poco o mucho que sea el resultado. Pero eso no paso. Vélez siguió yendo al frente y pudo ampliar el marcador varias veces con un emotivo Pavone y un activo Burrito. Y aunque en los minutos finales del primer tiempo, donde Olimpo fue a la carga y tuvo el empate, la percepción de todos los fortineros es que el primer tiempo fue bueno.
La jugada de Pavone, en el arranque del complemento, fue un espejismo. Con el pitido de Herrara, para dar comienzo al segundo tiempo, también empezaba el parto. Los laterales de Olimpo abandonaron su quinta y sus subidas eran lacerantes para mandar centros que Aguerre y la dupla central arreglaban, pero que preocupaban. El doble 5, de excelente primer tiempo, siguió batallando con hidalguía, pero perdió la pelota para no recuperarla más y se convirtió en fuego para los juveniles que sentían la carga de la angustia de esos tres puntos que valían oro. Zabala se retrasó definitivamente y Correa solo pensaba en tapar una subida que seguía siendo subida. De Felippe acertó con el ingreso de Tripichio que ayudó a un Caire desorientado, pero no solucionó esa cuestión mental de aguantar tan cerca del área. Los centros se multiplicaban y el fantasma del año sin ganar de visitante nos cubría como un manto de sombras. El ingreso de Vargas nos dió un poco más la pelota pero los locales seguían buscando con desprolijidad y con continuo tesón. El parto se convirtió en casi agonía cuando, a falta de solo cinco minutos, entró Bella para ganar aire, aire que solo fue una pelota perdida y un córner mal tirado. Con nada, agotados, con chichones en la cabeza y con el alma en el puño, el silbato final de Herrera fue un desahogo, un puño cerrado en el aire, ese "vamos Vélez todavía", ese abrazo con el ser querido más cercano, esa lágrima de emoción oculta, esos dientes apretados que ocultan la bronca de este momento. Era el final del parto, habían nacido esos tres puntos tan necesarios que nos acomodaban en la tabla brava con un poco mas de piedad. Y aunque no lo quiera reconocer, si no se sufre no vale.
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