FELICIDAD

Rodrigo Javier Martínez, 27-02-2018
No puedo encarar el análisis del partido del sábado desde lo cerebral, desde la lógica. Para mi, el partido del sábado fue un cúmulo de sentimientos. Desde que salí de mi casa, hasta que volví, sentí que el corazón me daba vueltas sin poder parar.
Luego de una semana emotiva desde lo familiar, y en paz, mi hermano me pasó a buscar para ir al Amalfitani. Yo quería quedarme, la familia me tiraba más y sentía que ir a la cancha era para hacerme mala sangre. Pero el mensaje de mi hermano y el empujoncito de mi mujer me convencieron. Mi hermano pasó unos minutos a saludar a sus sobrinas, le preguntó a la más grande como estaba luego de la intervención y nos fuimos.
Reconozco que las primeras dos cuadras me llenaron de incertidumbre. Durante todo el trayecto hablamos de Vélez, era la manera de callar tanto temor, y solo cambiamos de tema para contarle a mi hermano alguna anécdota de Delfina o para informarlo sobre los pasos a seguir con Valen. Después siempre volvíamos al mismo tema, Vélez.
Cuando llegamos al Patinodromo sentí que me quería volver. ¿Otra amargura? No la iba a soportar en un estado emocional como el mio. No quería volver amargado a casa, quería estar bien y llegar para seguir firme y estable. Pero mi hermano empezó a darme ánimos. Que River viene igual que nosotros, que es el partido para levantar, que Heinze labura y que teníamos que ver frutos. Pero enseguida recordaba las palabras de Donofrio bajándose los lienzos, la vuelta de varias estrellas de River, la ley del ex con Pratto, la zaga central que debutaba con Abram y Cubero. Otra vez me angustiaba, pero caminaba firme junto a mi hermano, me aferraba a su optimismo: "Juan, te firmo el empate" y el me contestó "Están igual que nosotros, no jugamos contra el Barca".
Llegamos a la puerta, inmensa cantidad de gente, fiesta que me llenaba de esperanza. Encontrarse con los amigos, el abrazo de los que saben lo que sufrimos con la familia y ese envalentonarse para entrar al Amalfitani. Pero la soberbia policía y su maltrato, nuevamente, me pegó un bife y me apichonó.
Entramos y sentí el clamor, la gente tenía fe, tenía esperanzas, a la cabeza se me venía la victoria de Olimpo y esos 9 puntos que nos acechaban junto al fixture escabroso que nos chocaba de frente. Pero de nuevo el caminar junto a la banda me hizo fuerte. Cambiamos las rutinas y cruzamos el playon de abajo donde La Pandilla no paraba de agitar, un fisura de los lindos me dio un bombo y lo toqué con adolescente alegría, por momentos me olvidé de todo pero cuando logré entrar empezamos con el sufrir.
El ingreso, en medio del cotillón de la gente, me calmó y con el pitido inicial las sensaciones no cesaron. El arbitraje de Vigliano tan obsceno como prometía ser, la falta de gol, el saber que podíamos levantar una vez mas a un muerto, el travesaño, el gol de Robertone y tapar las lagrimas con las palmas de mi mano, el aguantar, el aguantar, el aguantar hasta el final donde alce los puños al cielo y saludé a todos a mi alrededor.
Salimos extasiados, casi agotados. La caminata de vuelta fue una larga charla de fútbol. En la esquina de casa abrace a mi hermano donde separamos los caminos. Esa cuadra, cada paso, fue una emoción, volver luego de tanto tiempo a ganarle a un grande, rememorar viejas épocas de cartón y falsas ilusiones pero esta vez sabiendo que podemos alzar el mentón.
Entré a casa y las sonrisas de las nenas eran enormes. Hable sin control, contando, vociferando y me senté a tomarme un cerveza. Como hacia años no me pasaba, volví a ver el partido entero esperando el gol de Robertone como esperaba, cuando era chico, el resumen de Fútbol de Primera. Lo volví a gritar. Volví a alzar las manos al cielo cuando termino la repetición. Mi hija mayor, ya recuperada, me miraba cómplice, con los ojos vidriosos, alegres. Estaba feliz.
Miré redes sociales, alegrías por la victoria, enojos por los accesos, cargadas al rival y yo seguía sin poder dormirme porque la felicidad, al final del día, era la única sensación que me quedaba.
00341 5e8d9dea4f