En tiempos de individualismo y estatuas, de debate y grieta, de discusión y conflicto, una brisa de aire fresco llego a Liniers.
¿Refuerzos? ¿Victorias? ¿Títulos? No, unas simples palabras que endulzan el oído de todos los fortineros.
"No puedo volver a Vélez ahora, sí más adelante. Pero si necesitan otro delantero ayudo para traerlo".
Allá por 1987 Sergio debutaría en Vélez para tirarle centros al enorme Tigre Gareca y dar pie a una dinastía de renombre que coronaría con una fugaz vuelta al equipo campeón del 93. Luego llegaría el Roly con sus goles en el 2005, sus pasos épicos por el Real y Arabia Saudita, sus tiro libres certeros y sus gritos heroicos.
Pero el niño prodigio sería el último. Aquel que en sus comienzos sacaba canas verdes, incluso a este humilde servidor, por su juego egoísta y morfón, sería quizás el merecedor de templo, más que una estatua. Su pase a Qatar, su vuelta y sus logros, sus donaciones, sus muestras de afecto, su sentido de pertenencia.
Atrás quedó ese Mauro adolescente dando lugar a un jugador de nivel internacional que, aún en las grandes esferas, sigue de cerca a su primer amor.
¿Humo? ¿Tribuna? Este humilde servidor descree de tales adjetivos y con un cariño romántico y naif, saluda, una vez mas, los decires de Mauro.¿Merecedor de una estatua? Seguramente. Pero den por seguro que El Prócer de la dinastía Zarate ya tiene su lugar en el Olimpo de los ídolos fortineros, el bronce lo espera. Gracias Mauro.
EL PRÓCER MAURO
Rodrigo Javier Martínez, 26-01-2016
