Que difícil es no recurrir a la nota anterior y decir que, me equivoqué, que si nacimos para sufrir y que nos tenemos que tatuar el gol de Chango Cardenas. Porque fue tal el sufrimiento del sábado que omitirlo, que tratar de evitar la estigmatización o el cliché es casi imposible. No era necesario el gol de Unión, no era necesaria la actuación paupérrima de Delfino, no era necesaria la displicencia del Burrito para patear el penal y no era necesario el gol a los 47 minutos del segundo tiempo. Bastaba con el gol de Pavone y festejar los tres puntos, pero Vélez, hoy por hoy, no es Vélez si no sufre.
La victoria en Bahía Blanca rompía un paradigma, el de ganar de visitante y el partido contra el Tatengue representaba otro paradigma a romper, 14 meses sin ganar dos partidos seguidos. El ingreso de Tripichio por Caire, y el regreso de Desábato, eran los únicos cambios y Vélez, desde el arranque, se puso el traje de protagonista para doblegar a un Unión chato y replegado. Pavone solo necesitó 13 minutos para romper el cero y poner a Vélez adelante en el marcador con un derechazo inapelable en la segunda jugada de un córner desde la izquierda. Y a partir de ese momento, los dirigidos por De Felippe, volvían a derrumbar paradigmas. El gol no amedrentó al equipo y dominó de la mano del criterio de Caseres, el juego asociado de Correa, Zabala y Martínez, la firmeza de Grillo y el despliegue de los laterales. Vélez se hacía fuerte y dominaba, con Desábato primero y Domínguez después, criteriosos y laburantes. Pero Don Paradigma se enojó, sabe que en Liniers pisa fuerte hace rato y se ofendió por tanto desparpajo. De un lateral y del pecado de juventud de un Cufré, de buen rendimiento, y en la única jugada que Unión iba a tener en el partido, vino el empate visitante. Un baldazo de agua fría. Para colmo de males y mostrando su enfado, este paradigmático espíritu convenció a Delfino de no cobrar un obsceno penal contra el Burro y el primer tiempo se fue entre dudas y merecimientos.
El segundo tiempo Vélez no mostró cambios de actitud con respecto al primero y sus comienzos. Fue al frente, luchó y corrió. Dominó el partido sin discusión ante un Unión, que sin nada, soportaba los embates gracias a su arquero. Al cambio obligado de Domínguez, lo siguieron los ingresos de Vargas en el "polémico" cambio ofensivo y la entrada de Maxi Romero cerca de la media hora. Lo tuvo Pavone, Zabala y fueron varios los acercamientos hasta que, en el minuto 35, Delfino no pudo no ver dos penales obvios y cobro una mano grande como una casa. El Burro se hizo cargo y, con displicencia, la cruzo para que la estirada de Fernández la mande al córner. El paradigma del sufrimiento se hacía carne y el empate nos pesaba en el alma. Pero Vélez mantuvo la compostura, no se resignó y clavo a los dos tanques arriba, con el Monito flotando y el Burro bien abierto en la izquierda. Era ir en los últimos 10 para buscar la merecida victoria que, por el momento, era injusto punto. Unión simulaba, hacía tiempo, se replegaba y el Burrito, herido en su amor propio, se hizo una pared con un central rival, desbordó, tiró un centro atrás que el Monito Vargas cambió por gol. Lo cuento fácil, pero desde que el Burrito arrancó el slalom, sentí que fueron dos décadas hasta que el Monito nos hizo gritar. Fue sentir que tanto sufrimiento valió la pena, fue quedarme sin voz, fue abrazar a todos los que estaban alrededor, fue pensar en mi viejo que seguro lo estaba gritando en la Norte, fue pensar en la vuelta y decirle a mis hijas que Vélez había ganado, fue pensar en tantas cosas, fue pensar en el sufrimiento y romper otro paradigma, fue desahogarse, fue limpiar el sudor para seguir peleando. Porque este Vélez va a seguir derrumbando sufrimientos y paradigmas, fírmenlo con sangre.
PARADIGMAS
Rodrigo Javier Martínez, 25-04-2017
