EN DISNEY

Rodrigo Javier Martínez, 29-10-2018
Vélez hoy vive su momento mágico. No solo por pelear en la tabla de arriba y por alejarse de la pesadilla de los promedios, sino por que se viven momentos de unión y fortaleza como no se vivían desde hace años. ¿Lesiones? ¿Malestares políticos? ¿Alguna que otra declaración polémica? Seguramente, pero todo fluye, todo sigue adelante en medio de un clima de apoyo generalizado. La gente lo demostró copando el Amalfitani y el equipo también dejó en claro que se sube al carro de la entrega y el alma. Porque ayer no vimos al mejor Vélez que se puede ver, pero si algo no se le puede negar a este equipo es la voluntad de superar adversidades.
Esta vez el escollo era Belgrano. Rival directo del pesar que se llama descenso. Era, otra vez, EL partido, como vienen siendo todos y Vélez empezó el cotejo, nuevamente, dejando en claro quien asumiría el rol protagónico. Con Amarilla de referente y Bouzat y el Mono bien abiertos, el Fortín no pudo ser profundo o hiriente. Fue una versión muy apagada de un Vélez que solo supo tener la pelota y que, cuando pudo atacar, no supo ser claro y hasta se mostró muy evidente con cambios de frente que buscaban a un Monito muy volcado a la banda. Hubo momentos de desequilibrio, principalmente con las escaladas de Cufré, algún centro del Mono o el remate de Robertone que Rigamonti sacó de manera brillante al corner, pero la realidad es que Vélez no lastimaba y se encontraba con un Belgrano que firmaba con sangre el empate a la espera de alguna contra dramática. Pero vivimos nuestro momento mágico y cerrando el primer tiempo el árbitro expulsó a Gil Romero. El volante pegó dos terribles patadas en el partido y vió la roja de manera increíble (pero justa), en un partido sin tanta vehemencia ni fricción.
La expulsión del jugador de Belgrano y la necesidad cambiaron el trámite. Vélez se mostró mas agresivo y Vargas entró mas en juego. ¿El resultado? Un gol increíblemente anulado por el arbitro al peruano Abram tras una falta inexistente y una anotación de "casi gol" Bouzar bien anulado por offside. Vélez iba a buscar el resultado pero chocaba con dos férreas lineas de 4 y un 9 rival que corría como desquiciado a cada intento de armar una jugada, principalmente en los pies de Gimenes. Hasta que la magia reapareció. Barreal recibió sobre la derecha, se sacó un jugador de encima y le dio un pase en la puerta el área a Gimenez que, presionado por la marca, abrió para la entrada de Cufré, que con un zurdazo de otro planeta, le rompió el arco con un tiro cruzado a Rigamonti. Era el gol que marcaría la diferencia, era un golazo que devastaría la resistencia visitante. A partir de ese momento Vélez dominaría el resto del trámite manejando el balón. Pero todavía faltaría un momento más que mágico, un momento increíble, emotivo, y no hablamos del pitazo final que nos fundió a todos en un abrazo, hablamos del ingreso de nuestro gran Capitán, de nuestro enorme Poroto Cubero que reemplazo a un golpeado Diaz a 5 minutos del final. La ovación, la gente rompiendo sus manos y sus gargantas vitoreando al gran número 5, una muestra de lo que significa Cubero para Vélez hoy. Pero nos referíamos a magia, no por solo su ingreso, sino porque a falta de nada, Belgrano tiró su ultima estocada, un centro desde la derecha, en un avance solitario. El centro cruzo toda el área y buscaba la cabeza de Sequeira para arruinarnos la fiesta, pero el Capitán, con sus casi 40 años y su honor a las espaldas, se tiró jugándose la vida y con un cabezazo salvador, y acrobático, despejó el peligro al corner. Se grito como un gol, se aplaudió con el alma, se festejo con los ojos húmedos, recordando el valor de la palabra y la idolatría que algunos si saben respetar. Y fue final, y la gente se abrazó al calor de un sol que sonreía de ver tanta felicidad. Y no importó la evacuación porque la gente siguió cantando, y no importo el calor, ni el sufrimiento. Porque Vélez hoy vive su Disney, su momento más mágico después de tanto pesar y sufrir. Es obligación de todos seguir alentando, trabajando y contribuir a no romper este sano equilibrio, para que la magia no se rompa y para olvidar las penurias de ya largos años.
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