A LA CANCHA VOY IGUAL

Rodrigo Javier Martínez, 16-03-2020
¡Buenos días Pueblo Fortinero Hattrickero!

En medio de la paranoia y la preocupación (nota del editor: Hay que ocuparse, no preocuparse #Noscuidamosentretodos) sacamos la segunda edición de Los Cuentos de la Peña.

Jerry Chiabrera nos trae su segunda publicación de las muchas que están por venir..

A LA CANCHA VOY IGUAL

Mi familia era muy Fortinera y solíamos ir juntos a la cancha, pero a mis diecinueve ya sentía que estaba lo suficientemente grande como para ir sólo, si los demás no podían, y que nada salga mal. O al menos eso creía.
Esa tarde contra Argentinos me moría de ganas de ver a Vélez a pesar que el equipo estaba haciendo uno de los peores torneos de su historia por dedicarse a la Copa Libertadores. Pero ese equipo de héroes daban ganas de acompañar y mi deseo contagió a un amigo futbolero. Un amigo de años que no era hincha del Fortín, era bostero, pero como nunca lo habían llevado a la cancha de chico, su chance más cercana para ver fútbol era acompañarnos a nosotros al Amalfitani cada tanto.
Esa tarde nos mandamos solos y él en particular estaba contento porque había cumplido la mayoría de edad hacía apenas un par de días y sentíamos que podíamos llevarnos el mundo por delante. Yo había conseguido unas entradas para la platea sur y eso significaba que teníamos que ingresar por la entrada de Reservistas, demasiado cerca de la entrada visitante, demasiado cerca de los “bichitos”.
Cuando llegamos a la puerta con nuestras respectivas entradas, ambos de incógnito por la cercanía de los hinchas visitantes, un oficial nos pidió los documentos y yo los tenía encima como siempre, pero mi amigo no. Cuando tuvo que confesarle su olvido al oficial llegó la clásica pregunta que hacían por aquellos años: ¿Cuántos años tenés? Era sabido, en los 90s, que si eras menor te comías un reto y te mandaban a casa, pero si eras mayor y andabas sin documentos terminabas adentro. Y mi amigo, todo orgulloso ante su reciente mayoría edad, sin detenerse a pensar, exclamó: ¡¡Dieciocho!!
Cuando al bostero se lo llevaron en el camioncito, fui a un teléfono público (en esa época no había celulares) y llamé a casa de mi amigo para avisar a sus padres lo que había pasado, pero nadie respondió. Con las pocas monedas que tenía llamé a mi casa pero tampoco logré comunicarme. Entonces decidí hacer un último llamado a un vecino del cual recordaba el número y le pedí que le diga a mi vieja que le avise a la madre de mi amigo que se lo habían llevado preso. Sí, claro, esto no podía salir bien de ninguna manera pero yo no me podía quedar afuera y perderme un partido del Fortín. Entonces, entré.
Mientras el vecino hacía malabares para explicarle a mi madre lo que había pasado, mi amigo entraba a una celda junto a los demás detenidos en los alrededores del Amalfitani, todos ellos hinchas de Argentinos que lo miraban torcido pensando que era de Vélez y yo me ubicaba cómodamente echado en la platea a disfrutar del partido.
El vecino nunca logró explicarse y mi vieja entendió que el detenido era yo, por lo que salió desesperada a buscarme, mientras la madre de mi amigo jamás sospechó que su hijo estaba siendo amistosamente interrogado por un gordo gigante que le decía: ¿y vo´ de que cuadro so’? ¡Que situación difícil! No podía decir de Argentinos porque le iban a hacer preguntas que no iba a saber responder, si decía de Vélez se metía en problemas y si decía la verdad sobre su origen bostero ahí sí que no la contaba.
El Fortín y el Bicho hacían un partidazo, la hinchada visitante cantaba “Brasil, Brasil”, en referencia al inminente partido que Vélez debía jugar ante San Pablo por la final de la Copa, yo me relajaba muy cómodo en la platea sur con la radio puesta sólo en el oído izquierdo para seguir las situaciones del partido mientras con el derecho escuchaba a la Pandilla, mi amigo inventaba una historia sobre que en realidad el fútbol mucho no le gustaba y que había acompañado a un amigo, y mi vieja llegaba a la comisaría y le decían que su hijo no estaba allí.
En el oído izquierdo escuchaba: “toca Moriggi para Camps…” y en el derecho: “…Soy del barrio de Liniers!!” y en el izquierdo: “le pega el Betoooooo…” en el derecho: …Lo sigo a Vélez a todos lados!!” en el izquierdo: “saque de meta para Argentinos…” y en el derecho “¡¡¡Fulano de Tal, su madre lo espera en el hall central!!!”… ¡¡¿¿Qué??!!. Pegué un salto y sin entender por qué mi nombre sonaba en todo el estadio me fui hasta la entrada principal donde mi vieja estaba exaltada esperando que aparezca su hijo por algún lado.
El reencuentro fue un alivio para ella pero una cagada para mí, que había entrado a ver el partido aún después de que se lleven preso a mi amigo y encima esa tarde el Fortín metió tres goles. Ahora no me quedaba otra opción que volver a casa para calmar los ánimos y no empeorar la situación.
Volvimos en silencio en un taxi mientras mi amigo todavía esperaba que lo vayan a buscar.
Diez días después fue mi cumpleaños y el Fortín me regaló el título de Campeón de América.

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