Les traemos una nueva edición de "Los Cuentos de la Peña" de la mano de Jerry Chiabrera. Esta vez una hermosa historia de un miembro lleno de magia e impronta, nuestro querido Pipi de Ezpeleta. ¡Que lo disfruten!
Durante un tiempo bastante prolongado de mi vida trabajé en una conocida empresa de transporte y gracias a eso tuve la alegría de cumplir el sueño de vivir la mejor etapa del Fortín desde adentro. No era de los que manejaba, pero de caradura me mandaba a los micros que siempre iban con un solo chofer, porque eran viajes cortos, y yo acompañaba. Incluso llegué a guiar a varios choferes del interior que no conocían donde estaban los estadios y yo les decía como llegar.
En el año en que Vélez volvió a ser campeón, después de casi veinticinco años, viaje con el plantel prácticamente todos los partidos. Creo que el único que me perdí fue el primero contra Deportivo Español, pero el resto de los partidos estuve ahí, en los micros, con ellos. El día definitivo contra Estudiantes, en La Plata, no llegué a subirme y tuve que recurrir a un micro de otra línea. Pero igualmente estuve ahí, como siempre, sin entrada.
Por esos años nunca tuve entrada para ir a ver a Vélez. Siempre chapeaba con la campera de la empresa y me presentaba en la entrada diciendo que era el chofer del micro que traía a los jugadores. Y así pasaba en todas las canchas. A veces me decían: “Pero ya pasó el chofer” y yo les contestaba que era el compañero. Y frente a alguna negativa fuerte les decía: “Ok.. ¿Sabés qué hacemos?... yo me llevo el micro, pero cuando salgan los jugadores vos le decís que yo me fui porque vos no me dejaste pasar”. Y siempre me terminaban dejando entrar. Ya hasta era una cábala. Ese día no fue la excepción y entré así.
El partido fue trabado y cuando llegó el penal que metió Chila, la popular que habíamos llenado estalló en un festejo y yo estaba trepado a lo más alto del alambrado, sufriendo primero, disfrutando después. Se festejó, se cantó, se bailó y a nadie le importó la lluvia y el tremendo frío de invierno que hizo ese día. El partido terminó en empate sobre el final y siempre recuerdo la frase de Carlitos, que dijo: “Yo triunfé en Francia y me viene a hacer un gol Paris”.
Para el regreso me fui, como era costumbre, para el micro del plantel. Con la camperita de la empresa encaré e intenté subir como siempre, pero el chofer me frenó y empezó con sus negativas: “¿Dónde vas?”. “No se puede”. “Bajate”. Y yo le respondía: “Pero viajé todo el torneo con ellos”. “No te hagas el forro”. “El micro no es tuyo”. Pero el tipo no daba el brazo a torcer y yo ya estaba reculando, más que nada por respeto a los jugadores y dirigentes. Entonces, cuando me estoy por bajar resignado, escucho la voz de Raúl que dice: “Pará, pará. ¿Quién te comiste que sos? El micro lo contrata Vélez y el pibe va a subir con nosotros”
La alegría que me dio fue tremenda, no porque me haya dejado subir, sino porque Raúl me había reconocido. Es que yo había viajado con ellos todo el torneo y algunos jugadores ya hasta me saludaban. Entonces subí, no sin antes tirarle un: “Viste forro” al chofer, y me ubiqué por el medio.
Antes que arranque el micro llegó la madre del “Negro” Gómez y le trajo la vianda. Estaba cagado de hambre pobre y encima creo que ese fue el día que le había tocado el antidopping y como no le salía el meo le tuvieron que dar cerveza.
En el micro, sentados adelante mío, iban Bassedas y Almandoz y charlaban sobre el partido que Independiente tenía que jugar con Belgrano. Cristian le decía al “Coio”: “Yo no creo que Gareca haga un gol esta noche, si todos sabemos que es hincha de Vélez”. Y así fue como yo me enteré que el Tigre era Fortinero.
En un momento del viaje Almandoz se cambió de lugar y yo me puse a hablar con Cristian y me preguntó: “¿Qué haces acá? Porque yo veo que siempre venís con nosotros. ¿No tenés familia? ¿No tenés otra cosa que hace que venir acá siempre? Yo veo que venís tres horas antes, que te quedás al partido, te quedás esperando para volver con nosotros”. Era como que se sorprendía. No entendía mi locura. Y yo le contesté: “Pasa que ustedes son mis ídolos y para mí es un sueño estar acá”. Me dio la sensación que ellos, en su simpleza, no se daban cuenta de lo que estaban haciendo y a donde estaban llegando. Es como que no tomaban dimensión que estaban quedando en la historia de Vélez.
Viví muchas historias así con ellos en viaje. Tantas que con el tiempo decidí dejar de hacerlo porque empecé a perder el encanto y la magia de los ídolos. Los empezás a ver mortales, amigos, compañeros, vecinos y no tomás la distancia que tomabas cuando los admirabas. Por eso dejé de ir. Porque necesitaba volver a verlos desde lejos y pensar que eran extraterrestres. Que algo habían hecho para llegar ahí que yo, simple mundano, no podía lograr. Y así admirarlos desde la tribuna, ni siquiera desde la platea.
Esa noche me bajé en retiro y desde ahí me volví a casa. Pero antes de bajar lo escuche a Raúl decir: “¿Quienes vienen conmigo a ver a Independiente? ¡Porque esta noche salimos campeones!”