YO NO SE LO QUE TOMADO

Rodrigo Javier Martínez, 19-04-2020
YO NO SE LO QUE HE TOMADO

Esta historia es personal. Nadie es, ni fue, más responsable que yo y casi diría que esta es una confesión. ¿Se acuerdan cuando eran chicos y rompían aquel adorno favorito de su madre jugando a la pelota dentro del living y escondían los pedazos para que nadie se entere? (Nota personal: sí vieja, el de la mesita de vidrio fui yo). Bueno, esto es algo parecido. Si bien en ese caso no rompí nada salvo mi orgullo, esa vez también hice lo mismo. Me refiero a que escondí los pedazos rotos de mi vergüenza y nunca le conté a nadie lo ocurrido. Pero este es un buen momento para hacerlo, no puedo seguir ocultando lo que me pasó aquella vez que Vélez recibió a Universitario de Perú en el Amalfitani por la Copa Libertadores de 1999.
Nunca había ido a la cancha solo, siempre estaba acompañado por la familia o por algún amigo, pero esa noche nadie me hizo la segunda y me mandé en soledad. Y sí… me la tenía que mandar.
Estaba llegando tarde y bajé del 86 en Rivadavia y Barragán muy preocupado por el horario como para andar mirando lo que ocurría a mí alrededor. Cuando llegué a la puerta 6 y saqué el carnet para mostrárselo a los del molinete, tampoco me detuve a observar la situación que me rodeaba (no se olviden ese detalle). Entré más o menos apurado con la intención de llegar hasta las escaleras y ubicarme en el lugar de siempre lo más rápido posible, y recién ahí empecé a reparar en la situación porque que algo me sorprendió. Al bajar la rampita que está a la derecha de la entrada vi bastante gente en los alrededores y lo curioso era que no mostraban tanto apuro como yo por entrar a la popular. Algunos incluso se quedaban en el lugar y hasta había un grupito que salía desde la tribuna en sentido claramente contrario al que yo llevaba de forma inocente y estúpida. Me pareció muy extraño y pensé que en realidad no era tan tarde como creía pero la sensación de incomodidad que me invadía hizo que me apurara aún más. Subí las escaleras en un trote y me senté cómodamente a esperar el comienzo de mi primer partido en soledad.
Pronto empecé a notar más cosas que estaban fuera de lugar. Le gente se comportaba de manera diferente, no estaban cortando papelitos, ni inflaban globos, ni siquiera hacían algún comentario sobre el árbitro, el rival o por lo menos sobre que linda iba a estar la noche para ver un partido… “¡Pará!” Me dije a mi mismo… “¡Esto es raro!… ¿Qué pasa acá?” Y me decidí a escuchar (preguntar hubiera sido quedar expuesto de una manera muy humillante).
Y entonces escuché un comentario movilizador. De esos que te revuelven las entrañas evidenciando tu estupidez de la forma más dura. No recuerdo quien lo hizo (tal vez leas esto y te acuerdes) pero escuché con total claridad: -¡Qué golazo el de Chila! ¡Como la clavó abajo!- Y ahí me di cuenta de todo. Aunque mi orgullo entero me decía que no podía ser, yo me di cuenta de todo. Y a los pocos minutos salieron los árbitros, y el rival, y el Fortín. Y fue recibido como siempre, como de costumbre, de la exacta forma que se recibe a un equipo que sale a jugar ¡EL SEGUNDO TIEMPO!
El cartel electrónico era lapidario: VELEZ 2 – UNIVERSITARIO 0. O al menos eso era lo que todos leían en el estadio. Pero yo leía otra cosa, para mi decía: VELEZ 2 – UNIVERSITARIO 0, ¡¡¡¡FLACO, LLEGASTE EN EL ENTRETIEMPO Y TE PERDISTE DOS GOLES POR BOLUDO!!!!
Encima uno lo había hecho el Paragua.
Para mi consuelo el “Turquito” Husaín me regalo dos goles más y El Fortín ganó 4 a 0, nada mal para medio partido. Mi orgullo tenía una marca que hoy en tiempos de internet podría haberse evitado. Pero a quien engaño, fue culpa mía. ¿O le voy a echar la culpa a un noticiero malicioso que me pasó mal el dato? No, lo mejor que podía hacer era esconder los pedazos rotos y que nadie sepa de mi vergüenza. Disfruté el segundo tiempo como si durara noventa minutos y grité los goles como si valieran doble. ¿O acaso el cartel no decía 4 a 0?
Si, ya sé lo que están pensando… “¡Que pelotudo este pibe!”, pero bueno, ahora lo estoy contando y enfrentándome a mi vergüenza.
Si acaso en algún rincón del Amalfitani a alguien le pasó lo mismo que a mí, vení, acercate y contámelo así no me siento sólo. Y si no existe un caso igual, bueno, estarán de acuerdo que tenía que compartirlo con todos.
De más está decir que desde ese día siempre revisé diez veces los horarios de los partidos.
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