NO SE QUE ME HACE VENIR A VERTE

Rodrigo Javier Martínez, 11-05-2020
Volvemos con una nueva edición de Los Cuentos de La Peña de la mano de nuestro amigo Jerry. Una historia reciente, llena de risas y particularidades, en el último partido de visitante del Fortín en Sarandí. Pese a ser muy novedosa en el tiempo, y para mechar con tantas historias de antaño, es una jornada que merece ser contada.

Foto: Sitio oficial.

NO SE QUE ME HACE VENIR A VERTE

Cuando la Superliga 19/20 estaba llegando a su fin, anunciaron que Arsenal nos iba a dar 2500 entradas permitiendo el acceso de público visitante. La verdad es que El Fortín no había arrancado bien el año pero venía de pasar de milagro la serie contra el Outcast de Ecuador y eso nos había devuelto un poco de esperanzas.
Igualmente, lo cierto es que nunca me importó mucho el presente del equipo para tener ganas de ir a verlo y en tiempos en que los visitantes estaban prohibidos una situación así no se podía dejar pasar.
Los chicos de la Peña enseguida empezaron a armar la movida. Asado en la casa de uno, autos de otros y eso me terminó de convencer de vivir la aventura en Sarandí, una cancha que todavía no conocía.
Después del asadito y con algunos ya un poco copeteados arrancamos en dos autos nuestro viaje al sur. Pero no había necesidad de alejarnos demasiado para encontrar el primer inconveniente. Apenas habíamos hecho doscientos metros cuando vimos en la siguiente cuadra un auto frenado en medio de la calle y cuatro gordos gigantes con camisetas bosteras rodeándolo. Si seguíamos estábamos obligados a frenar detrás del auto y pedirles amablemente que nos dejen pasar. Yo ya imaginaba a los gordos sacando la cabeza de dentro del auto y mirándonos, a cuatro corderitos con la camiseta de Vélez con la carita de Gato con Botas pidiendo permiso para pasar, y ellos con cuchillos entre los dientes. Además imaginábamos que iban a aparecer ochenta más desde dentro de alguna casa/club/antro que hubiera por ahí. Todo eso se me paso por la cabeza en un segundo y supongo que a los chicos también. Pero entonces, el más lúcido de nosotros vio un pasaje paralelo que resultó ser la salvación para los corderitos y dijo: -¡Agarrá por el pasaje! Y eso hicimos de la forma más cobarde que tuvimos a mano, pero antes que piensen que somos unos cagones, les cuento que detrás nuestro y del auto de los pibes que nos seguían, un patrullero hizo exactamente la misma pirueta para esquivar a los bosteros que, dicho sea de paso, seguían allí bloqueando la cuadra cuando retomamos esa misma calle una cuadra más adelante.
Pero ahora sí, superado ese inconveniente, estábamos en carrera. Al menos hasta que casi nos comemos una serie de conitos que estaban atravesados en la 25 de Mayo porque una camioneta con lo que parecía ser un eje trasero roto estaba detenida allí. Era una pareja de hinchas de Vélez que evidentemente tenían más problemas que nosotros y no iban a llegar a la cancha. Pero nosotros si llegamos y volvimos a vivir esas caminatas por los alrededores de una cancha foránea, la mirada de reojo con la policía para estar atentos a que no se manden alguna y el encuentro con los fortineros que iban llegando de otros autos, de los micros y caminando. En fin, esa linda fiesta de ir de visitante.
Después de caminar unas cuadras y cruzar un puentecito sobre un arroyo inmundo llegamos al estadio del viaducto. Una vez dentro nos quedamos mirando sorprendidos los gigantes molinetes que estaban destinados para el uso del AfaPlus que jamás se implementó. Era una estructura abandonada con las puertas cerradas que sus buenos mangos les habrá costado y no tenía razón de ser ahí en ese estadio pedorro. Pero bueno, era el estadio del comisario y además, pronto, esos molinetes encontraron una razón, hacernos cagar de risa un rato ante una situación insólita.
Un gordo que andaba deambulando por ahí, más perdido que encontrado, se metió en los molinetes como si quisiera salir del estadio, pero las puertas estaban cerradas por lo que se metió en un hueco sin salida. Era fácil notar que cuando quisiera volver, los molinetes no iban a girar en reversa. Todos no dimos cuenta, menos él. Desconozco porque se metió ahí pero la carita que puso cuando quiso salir y se trabó el molinete no la voy a olvidar más. “¿Eh, acá me voy a quedar?” dijo con una voz de desilusión tremenda y todos los que mirábamos nos empezamos a cagar de risa. Nadie lo ayudaba y encima uno empezó a gritar “Aiuda, Aiuda” mientras se descostillaba de la risa. Algunos le decían que tenía que ir para el otro lado pero el gordo estaba como un ratoncito enjaulado y no sabía qué hacer. No duró mucho la diversión, alguno le giró el molinete y le destrabó una salida y el loco salió caminado canchero y sonriente como si nunca hubiera tenido miedo de quedarse ahí como un salame.
Después de ese show nos ubicamos en la minúscula popular del Viaducto y esperamos por El Fortín. Primero nos sorprendimos cuando Vélez salió a jugar sin lateral derecho pero enseguida la efectividad del equipo nos quitó todas las preocupaciones. Antes de los veinte minutos ya estábamos ganando 2-0 y en el segundo les metimos dos más. Fue goleada y fiesta de un Vélez que borró de la cancha a Arsenal. Ahora el regreso a casa iba a ser con alegría.
Ya empezaba a anochecer cuando agarramos la autopista Bs As-La Plata para volver a casa. La intención era tomar la 25 de Mayo pero el acceso estaba cerrado por obras, sí, un domingo a las ocho de la noche, y se armó tal confusión en los desvíos que fuimos abducidos por el Paseo del Bajo y teletransportados hasta Retiro sin opción. Tuvimos que retomar por Huergo todo el viaje de vuelta hasta agarrar la autopista, lo que hubiera sido terrible tortura si no estuviésemos felices por el 4-0 del Fortín.
Una vez encaminados por la autopista alcanzamos lo micros de la gente fortinera y lo que vivimos fue insólito. En el momento en que teníamos que bajar se nos atravesó uno de los policías motorizados que iban escoltando a los hinchas y al ver que nosotros nos queríamos mandar entre los micros nos empezó a hacer señas que sigamos derecho. Ahí fue cuando uno de los pibes bajó la ventanilla y ante el ruido de la autopista y de los hinchas de Vélez le gritó al oficial: -¡TENEMOS QUE BAJAR ACA!. Pero el motorizado se mantuvo firme y le hizo que no con la cabeza y que sigamos derecho con la mano. Mi amigo volvió a gritarle: -¡TENEMOS QUE BAJAR ACA!, un poco más desencajado que antes a lo que el policía, siempre en movimiento y a la par nuestro, le dijo otra vez que no. -¡PERO TENEMOS QUE BAJAR ACA!,- le volvió a decir mi amigo que ya parecía que era lo único que le podía salir de sus neuronas confundidas ante el ridículo accionar del motorizado. El policía un poco enojado le dijo: -¡No! ¡Tenés que esperar que pasemos todos! No lo podíamos creer, entonces el que iba manejando se asomó hacia la derecha y le grito: -¡Y que hago? ¡Pongo balizas y freno en medio de la autopista?... Se hizo un silencio incomodo que fue cortado por un: -¡TENEMOS QUE BAJAR ACA!- ya casi con un hilo de baba saliendo por el costado. Yo no sabía si preocuparme al verle la cara de furia al policía o si cagarme de risa ante la tara mental que mi amigo estaba teniendo presa de una furia incontenible. El policía se hinchó los huevos y se pegó a nosotros y, mirándonos con bronca, nos dijo: -¿Querés ver como no salís? Ahí se acabó la discusión y el único lucido fue el que manejaba porque bajó la velocidad y cuando lo micros se alejaron el policía no tuvo otra que avanzar. Se nos cruzó amenazante por delante y nosotros doblamos y efectivamente… BAJAMOS AHÍ!
Cuando llegamos a destino todavía no podíamos creer como se nos había puesto de culo el Rati, pero estábamos felices. Habíamos vuelto a ver a Vélez de visitante y encima había sido con victoria, goleada y nuevas aventuras para contar.
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