¡Estimados amigos fortineros hattrickeros!
Hemos vuelto, luego de varios meses, con... ¡Los Cuentos de la Peña!. Un poco de todo nos mantuvo alejados de las bateas pero hemos regresado con una historia fantástica llena de condimentos y risas, para redimirnos, de la mano de la pluma de nuestro estimado Jerry.
¡Se va la primera!
TE SIGO A CUALQUIER LUGAR. Primera Parte.
Todavía no entiendo cómo surgió, debe haber sido con un chiste, pero cuando Vélez jugó contra Leandro N. Alem por la Copa Argentina 2017 en Formosa, decidimos ir. Era como esas cosas que sabés que no tenés que hacer pero igual las hacés. Y como siempre, en la Peña compartimos ese desequilibrio mental y basta que uno tire la idea para que otros se sumen.
El primero en activar fue el judío Jablonka que se postuló para comprar las entradas, y luego el Zurdo que hizo reservas y además ofreció su auto. En realidad le decíamos judío a Jablonka pero parecía que el judío era el Zurdo con el ahorro que metió trayendo su Bora diésel y el hotel que eligió, pero no nos adelantemos.
Vélez jugaba a las nueve de la noche del feriado del 25 de Mayo y nosotros decidimos salir alrededor de las 5 de la mañana, calculando así llegar cerca de la hora de comienzo del partido. El primer recuerdo que me viene a la mente es que llovía y hacía frio y decidimos juntarnos con los chicos en la puerta de Asturias. Cuando llegué estaba Jablonka esperándome y ya era la imagen de la derrota. Mojado, pequeño, desamparado, con una mochilita y pantalones cortos evidenciando sus piernitas flacas. Me mira y me dice: “Hurín, esto es una boludez, somos unos imbéciles” Fue la primera imagen decepcionante de muchas que iba a ver en el viaje. El Zurdo llego tarde, por supuesto.
Íbamos como un matrimonio, el hombre manejando, yo de acompañante (según el Zurdo era la señora) y el niño Jablonka atrás. Nos pareció raro que el Zurdo insista con dejar todas las mochilas en el asiento de atrás en lugar de meterlas en el baúl pero estábamos ansiosos por salir y lo dejamos pasar.
Apenas arrancamos, el Zurdo nos empezó a comentar sobre el Hotel Royal Formosa que había reservado vía Booking; una calificación de 7.8, buen precio, baño, aire acondicionado, alguna mala reseña sobre la limpieza y muchos elogios sobre el desayuno. Pintaba dentro de todo bien.
A los pocos minutos de viaje paró de llover y fuimos a velocidad crucero para gastar menos. Después encaramos la ruta 14 hasta Curuzú Cuatiá sin demasiados sobresaltos. En Corrientes nos cruzamos con un muñeco inflable gigante que se suponía tenía la forma de un pollo. No era otra cosa que la imagen de la rotisería “Lito el Pollo”, un monumento a la bizarreada.
En el camino nos fuimos cruzando con varios controles, pero al llegar a Formosa nos tocó uno un poco más estricto porque nos pidieron revisar el coche. Fue en ese momento que descubrimos, triste y sorprendentemente, que el baúl del Bora no se abría (detalle que el Zurdo conocía pero no había revelado. Por eso su insistencia en que dejemos las cosas en el asiento trasero). El oficial se tenía que meter dentro del auto, correrlo a un lado a Jablonka cual si fuera un bulto, correr todas nuestras porquerías y rebatiendo el asiento mirar con una linterna si teníamos algo en el baúl. Esta no fue la única vez que nos pararon. En total habrán sido unas seis o siete entre el viaje de ida y el de vuelta así que cada vez que nos paraban, un gendarme, un prefecto, un bonaerense o un policía provincial dependiendo el lugar, vivíamos la misma secuencia: explicar la falla, correr al judío, rebatir los asientos y vigilar. A veces se ponía picante con el uniformado. Era un paso tragicómico. En uno de los controles se nos puso fulero porque el policía nos agitó diciendo que había visto más gente de Alem que de Vélez. Tuvimos muchas ganas de putearlo pero no nos quedó otra que cerrar el orto porque el tema del baúl ya nos ponía las cosas difíciles en todos los controles.
Llegamos a Formosa tipo siete de la tarde, ya de noche y lo que encontramos fue una ciudad inhóspita, abandonada por Dios, gris, desolada. Pero algo nos sorprendió a los tres. Parecía no haber vida inteligente pero cuando empezamos a dar vueltas, porque no encontrábamos el hotel, pasamos por los alrededores del estadio y vimos mucha gente barriendo las veredas. Daba la sensación que lo único que hacía la gente era barrer.
Después de unas catorce horas de viaje, recordando que habíamos salido con lluvia y unos diez grados, llegamos al hotel y había una humedad del ciento cuarenta y tres por ciento, y treinta grados. El Zurdo y yo teníamos los pantalones largos pegados a los huevos mientras el judío con sus cortos, otrora mojados y miserables, ahora era Gardel y nos miraba con una sonrisa de victoria. Nos chorreaba el agua de la transpiración, era insufrible.
El Royal estaba enclavado en un barrio que parecía Rafael Castillo al fondo. En el ingreso había un busto de Ceferino Namuncurá, una señora de ciento cincuenta años sentada, la cual confundimos con una efigie de cera, y un chico con síndrome de down. Era como si fuese una casa antigua con partes emparchadas, igual a la casa que los vecinos le construyen a Flanders. Había pasillos que no quedaba claro donde iban, un ascensor que se abría de los dos lados y nunca estuvimos seguros si funcionaba, pero igualmente decidimos no probar y una recepción naranja flúo con plantas tropicales. Hicimos el check in, si se lo puede llamar así, y nos dieron la llave de la habitación que quedaba en el primer piso. Cuando subimos, en el pasillo nos encontramos con una familia que estaba en ronda tomando tereré. Totalmente estupefactos entramos a la habitación.
Lo primero que hicimos fue buscar aire abriendo la ventana y descubrimos que daba a un pasillo angosto y sin revocar. Había tres camas individuales, un televisor que agarraba sólo el canal local, una columna en el medio muy mal ubicada, oscuridad, hongos y humedad por todos lados. La construcción era errática en composé con el resto del hotel. No era la típica habitación con cuatro paredes. Creo que tenía ocho pero no estoy seguro. Definitivamente los 7.8 puntos que tenían en la web no se veían reflejados en la realidad. Pero en definitiva iba a ser solo una noche y a la mañana siguiente nos volvíamos.
Después de acomodarnos, nos cambiamos, nos fuimos a tomar unas birras a un barzucho de la zona y desde ahí nos fuimos para la cancha. El calor seguía siendo insoportable y antes de entrar vimos un micro de Vélez con los vidrios destruidos. La popular de Alem estallaba y en la nuestra había muy poca gente. Nos sentamos ahí y nos miramos con cara de “¿Qué carajo estamos haciendo acá?” El Zurdo, Jablonka y Hurin; La Santa Trinidad Formoseña. Nuestra misión: sobrevivir a un partido de Vélez contra un rival inferior, con todo lo que eso significaba.
Se notaba que la mayoría de los micros no habían llegado porque la tribuna estaba semivacía y la gente que había era rara. No parecían hinchas de Vélez, ni siquiera parecían hinchas de fútbol. Se ve que nuestros comentarios al respecto se escucharon porque en un momento unas chicas que estaba delante nuestro nos contaron que varios eran empleados públicos a los que les habían regalado las entradas, suponemos que para castigarlos, y nos enteramos el motivo de porque todos barrían constantemente como zombies. Al parecer Formosa estaba llena de tierra y polvo desde que hacía unos tres años había ocurrido una inundación que había dejado barro en toda la ciudad. Barrían… todo el día barrían un polvo ancestral que no podían sacar. Seguían las imágenes deprimentes.
Después llegaron los micros retrasados y la popular se empezó a llenar, la cosa se empezaba a encaminar y hasta me ilusioné con un buen partido del Fortín pero apenas arrancó nos cayó un balde de realidad encima. El partido fue una lágrima, Alem nos pasó por arriba. Un gordo les hizo pasar vergüenza a nuestros centrales de forma asquerosa, nos salvaron los palos, pero ganamos con un gol de “Flaquillo” que el Zurdo y yo gritamos como si fuera una final y Jablonka nos miraba con cara de: “Le estamos ganando uno a cero a un rival de dos categorías más abajo y nos está peloteando”.
El partido fue victoria pero nos dejó con bronca porque fue inmundo. Después de ahí nos fuimos a comer a un restaurante donde creo que nos estafaron pero no nos molestó porque nos gustó el acento que tenía la moza y además no teníamos muchas ganas de irnos porque había que juntar valor para volver al hotel. Cuando estuvimos otra vez en la puerta vimos que a la medianoche el Royal Formosa daba más miedo aún. Habíamos visto un partido de terror y ahora nos esperaba una noche en el hotel de la muerte.
Continuará…