TE SIGO A CUALQUIER LUGAR. SEGUNDA PARTE

Rodrigo Javier Martínez, 02-10-2020
La tan esperada segunda parte de esta nueva aventura llega a ustedes de la mano de nuestro querido Jerry y Los cuentos de la Peña. No tiene desperdicios y nos llena de recuerdos y sonrisas en estos momentos aciagos.¡A disfrutarlo!

TE SIGO A CUALQUIER LUGAR. Segunda Parte

Entramos al hotel mirando para todos lados. El busto de Ceferino nos miraba y a esa altura ya imaginábamos que iba a levantarse a apuñalarnos aunque no tuviera manos. El silencio que había mientras subíamos a la habitación era imponente. Nos preparamos para lo peor, pero estábamos tan fundidos que nos dormimos enseguida. Si el Santo, la Dama de cera o la familia Tereré nos visitaron por la noche con malas intenciones nosotros nunca nos enteramos.
Al día siguiente tomé la decisión de bañarme porque si no, no puedo arrancar. Más antes de un viaje de catorce horas y teniendo en cuenta que a la mañana siguiente tenía que jugar. Los pibes no estaban de acuerdo con mi decisión de aportar más humedad a esa habitación pero al mismo tiempo ya me decían que olía a cebú por lo cual me cambiaron el alias de “Hurin” a “Ceburin”. Unos divinos. Así que no quedaba otra opción que meterme en ese baño que aún recuerdo con horror.
Lo primero que vi cuando entre en la ducha fue un hongo del tamaño de la cabeza de un hombre adulto que me miraba como diciendo: “Entras acá y te cojo”. Decidí que la ducha iba a ser veloz porque no quería compartir mucho tiempo con ese “ser” en mi proximidad. Cuando agarré el jabón, que estaba en su empaque original, al abrirlo veo que le faltaba un pedazo y en una punta estaba manchado con mierda. Todo muy hermoso. Salí en tiempo record de ese baño inmundo pero antes hice mis necesidades por lo cual tomo mucha más fuerza todo el tema del Ceburin que fue utilizado para martirizarme por un tiempo. El Zurdo dice que la asfixia aún le quita el sueño. Luego nos dirigimos a desayunar.
Mientras caminábamos por los pasillos notamos que el hotel era muy distinto en la mañana pero no menos terrorífico. Al bajar por las escaleras otra vez nos cruzábamos con gente. No sabíamos si eran huéspedes o si simplemente estaban ahí, en los lugares comunes, haciendo algo que nosotros no llegábamos a comprender. Era como si fueran extras en una escenografía de la película en la que nosotros fuéramos las víctimas de un homicidio horrible. El desayuno fue, no tengo ninguna duda, lo mejor del viaje. Más allá que era un festival de envases, platos y tazas de plástico que no coincidían entre ellos, todo lo comestible era muy rico y casero. Medialunas, budines y tostadas que nos dejaron a los tres más que satisfechos. Acá las reseñas tuvieron razón.
A la hora de emprender el regreso otra vez nos acosó la lluvia, para no perder la racha. La idea era llegar cerca de la medianoche, lo cual me iba a permitir descansar y levantarme temprano el sábado para ir a jugar, pero ya de movida la cosa salió mal. No encontrábamos la salida a la ruta y terminamos en una rotonda en construcción. Ahí el Zurdo fue víctima de un ataque de pajerización al ver a una formoseña de dudosa mayoría de edad, con un jardinero que le quedaba bastante apretado, y perdió de vista el camino. Al salirse un poco de la ruta el auto golpeó abajo contra un montículo de tierra seca pero en seguida recobró el control y seguimos sin problemas. O eso creímos en ese momento.
Los primeros tramos del viaje de regreso transcurrieron hablando de lo horrible que había jugado Vélez y del “garco” que me había echado antes de salir, escuchando radios locales y debatiendo sobre la edad de la fémina que había desquiciado al Zurdo. Y una vez más, nos pararon todas las camineras. En todas nos revisaban (otra vez el ritual) y nos miraban como si fuéramos parientes cercanos del “Chapo” Guzmán. No sé cuál de los chicos dijo: “O sea, venimos a la frontera con Paraguay en un Bora negro secuestro, es obvio que nos van a parar”. Debe haber sido Chuky, el judío maldito. También ayudó que la policía haya encontrado un colectivo de Vélez con un kilo o quince de cocaína (las noticias no se ponían de acuerdo con la cantidad) pero igualmente seguía siendo más sospechoso el Boratranza del Zurdo.
El viaje continuó y paramos en un comedero muy bueno en la ciudad de San Lorenzo, en Corrientes y mientras comíamos, hicimos una observación sobre lo bien que veníamos de tiempo. Terribles piedras fuimos porque saliendo de allí el Zurdo notó que el Bora perdía aceite y efectivamente, al arrancar empezó a parpadear la luz indicadora. Yo propuse que nos quedemos ahí y consultemos algún mecánico pero el Zurdo decidió seguir viaje.
Unos kilómetros después, la luz dejó de parpadear para quedar fija, lo cual nos preocupó a todos, pero un poco más adelante, en una rotonda, había gente de vialidad y cuando les comentamos el problema nos indicaron una estación de servicio, que podría darnos una solución, a unos diez kilómetros de distancia. Cuando llegamos al destino indicado encontramos un pueblo fantasma y la estación que nos habían descripto como muy variada, vendía un limpiaparabrisas, líquido para el sapito y un par de luces, con lo cual asumimos que estábamos varados ahí. Pero por segunda vez en el viaje, Dios nos dio una mano (la primera fue ganar ese partido de mierda) y el tipo de la estación de servicio nos dijo que a unos metros estaba la entrada a un pueblo que tenía un lubricentro y un taller mecánico, que igualmente iban a estar cerrados porque era la hora de la siesta.
Así fue como La Santa Trinidad Formoseña llegó al pueblo de Chavarría; “La capital nacional del Quirquincho”, según rezaba el arco de entrada, y nos dirigimos al lubricentro. Apenas paramos se salió el aceite manchando toda la entrada del local. Esperamos casi una hora hasta que abrió y nos atendieron bárbaro a pesar del enchastre que habíamos hecho. El dueño del lugar era también el bombero del pueblo y nos convidó con facturas y WiFi que lo necesitábamos más que el aceite porque no teníamos ni un gramo de señal en el celular. Este buen hombre nos dijo que vendía aceite pero que si ya estaba perdiendo, como demostraba el piso bajo el Bora, teníamos que arreglarlo. Y justamente al lado estaba el taller mecánico de José, un lugar en el que apenas entraba un Fitito y que tenía unas cincuenta herramientas del año 1923 diseminadas por todos lados.
José, el mecánico, era como un hermano perdido y desmejorado del sargento García de la serie del Zorro. Salió desde abajo de un 147 y mientras el Zurdo le explicaba la situación, el hombre miraba al cielo y al auto repetidas veces. En un momento escuchamos que le dice: “No, no, llueve mucho, me voy a mojar”, pero luego de los ruegos del Zurdo tiró un cartón y se metió bajo el Bora. Al salir nos dijo que teníamos que cambiar el cárter, lo cual hizo que empalideciéramos, y con el tipo del lubricentro intentaron conseguir uno en la vecina ciudad de Mercedes. No tuvieron éxito por lo cual entre los dos hombres, que a esta altura eran Dios y Jebús para nosotros, tuvieron la idea de hacerle una limpieza al cárter roto y luego sellarlo.
Junto a un asistente se pusieron a laburar y estuvimos unas dos horas viéndolos hacer el trabajo y escuchando como era la vida en Chavarría mientras José nos convidaba unos mates. Nos contó que tenía un hijo que trabaja en una heladería en Devoto y el Zurdo le prometió que al regresar lo iba a ir a visitar y se iba a sacar una foto con él y mandársela. Jamás lo cumplió pero cualquier promesa valía para que el cristiano nos haga bien el laburo, estábamos en sus manos. Después nos habló de la dura vida de los pueblitos del interior, de la falta de oportunidades, de lo postergados que estaban y nos dejó pensando un poco en lo cómodos que estamos nosotros con respecto a otras realidades. Las horas siguieron pasando y empezó a oscurecer en un pueblo fantasma que parecía un reducto manejado por narcos. Nos sorprendía como la gente nos miraba como si fuéramos extraterrestres pero al mismo tiempo nos ofrecían lugar para quedarnos a pasar la noche. Esa mezcla de hospitalidad con Edgar Allan Poe ya nos tenía un poco perturbados a esa altura. Necesitábamos llegar a casa de una vez por todas.
Cuando terminó el laburo tuvimos miedo de pensar cuanto nos iba a cobrar pero cuando nos dijo el precio era un número ridículamente bajo. No salíamos del asombro, le dejamos una buena propina y luego comentábamos con los chicos que si a él le hubiera pasado eso en cualquier barrio de la Capital tendría que haber dejado el auto en parte de pago. Otra vez el destino nos daba una mano poniéndonos a José en el camino.
El del lubricentro nos vendió un aceite de camión, que era más espeso, para que si se volvía a abrir el arreglo tardara más en salirse y emprendimos la retirada de Chavarría a las nueve de la noche, con unas cinco horas de demora, sin haber visto, nunca, jamás, un quirquincho.
Lo que siguió fue un viaje por una ruta durísima llena de tierra, de noche y con el auto emparchado. La pasamos como el orto y encima de lo abandonado que estaba todo, a los costados de la ruta había autos destruidos, restos fósiles y unas luces que se cruzaban. Jablonka no dejaba de hacer acotaciones malignas ante cada cosa rara que veíamos pasar por la ventana por lo que decidimos que si nos atacaba alguna criatura del demonio, íbamos a entregarlo a él como ofrenda para que se convierta en el nuevo espíritu acechador de las rutas argentinas: El Jablonkabra. Era el diablo en un cuerpo pequeño lleno de maldad. Sus comentarios nefastos le valieron el apodo, pero también nos ayudaron a distraernos en un regreso a casa cargado de problemas.
Paramos cerca de las doce de la noche, hora a la que pensábamos llegar, por algún lugar cerca de Junín para cenar rápidamente y seguir camino. Me dejaron por casa casi a las cuatro de la mañana y decidí que no iba a ir a jugar de ninguna manera. Nos esperaba un largo descanso reparador.
Habíamos vivido un viaje histórico, un hotel de terror, una victoria lastimosa y un regreso lleno de pesadillas. Pero sin duda nuestro delirante y ridículo amor por El Fortín nos haría repetirlo en cualquier momento y todas las veces que sean necesarias. Pero ahora, era hora de cerrar la travesía. Oficialmente, la Santa Trinidad Formoseña se declaraba disuelta.
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