QUE GRITE LA PLATEA

Rodrigo Javier Martínez, 13-11-2020
Mundo Fortinero Hattrickero, hoy les traemos una nueva historia de Los Cuentos de La Peña de la mano de nuestro querido y longevo Gerardo Chiabrera. ¿Quien habrá sido el protagonista en este recordado partido? Solo Dios HT lo sabrá.
Entretenido y divertido, un capítulo más de la saga del lápiz del enorme Jerry.

QUE GRITE LA PLATEA

Allá por los ochenta, unos vecinos muy amigos, que tenían contactos en la AFA, cada tanto nos conseguían entradas para ir a la platea sur del Amalfitani. Si bien por esa época éramos todos socios en la familia y solíamos ir seguido a la cancha, para acceder a la platea sur había que pagar un plus además de la cuota mensual. Por eso cuando el vecino aparecía con plateas era siempre una buena oportunidad para ver un partido desde un lugar diferente y vivir otra experiencia a la cual no estábamos tan acostumbrados. Cuando había más suerte, hasta nos conseguían pases para la platea norte y la experiencia y la vista era aún mejores.
Si aquella tarde de noviembre de 1993 nos hubieran regalado las plateas del lado de los bancos de suplentes no hubiera vivido esta situación tan traumática como graciosa que me tocó vivir. La verdad es que desde chico yo siempre disfruté mucho más de la tribuna popular, pero cada tanto aceptábamos las entradas y nos mandábamos a ver el partido sentados desde un lateral.
Ésta familia amiga estaba muy ligada al Rac*ng Club y en una oportunidad en que el Fortín recibía a la Academia decidieron venir con nosotros para ver el partido juntos y disfrutar del folclore del fútbol. ¿Todo muy lindo hasta ahora no? Pero los memoriosos velezanos recordarán que la comodidad de tener una platea sur exclusiva para Fortineros no siempre fue así. De hecho, por aquellos años, cuando Vélez recibía a uno de los llamados grandes, le entregaba la totalidad de dicha platea al rival (Auch!). Si, encima les cuento que el partido que fuimos a ver fue el del Apertura 1993, quizás alguno recuerde lo que pasó ese día y empiece a imaginar el final de la historia.
Ya de entrada la cosa quedó clara cuando nos acomodamos con mi hermano y nuestros amigos entre los hinchas visitantes. Éramos de Vélez, sí, pero estábamos con amigos de Racing y eso revestía la situación de un carácter más o menos amistoso. Estábamos rodeados de hinchas de la Academia que conocían nuestra identidad para nada secreta. Y como si eso fuera poco, justo un escalón hacia abajo, estaba el típico gordo de cancha, grasoso, sin remera y gritando como un marrano. Una masa voluminosa de carne en cueros transpirados (hacía bastante calor), que gritaba y gesticulaba sin parar y que, como todos los de alrededor, sabía que nosotros éramos Fortineros. Pero hasta ese momento, aún de previa, todo transcurría con tranquilidad. Un poco de gastadas simpáticas y recíprocas hasta que finalmente arrancó el partido. ¿Ya se dieron cuenta de que partido les estoy hablando?
La mayor parte del encuentro la llevamos bien y hasta charlamos con los visitantes todo en un tono de calma y sin sobresaltos incluso en el entretiempo. Pero en el segundo tiempo la paz se nos iba a terminar. De arranque, ya cuando nos metieron el primer gol. Ellos felices y festejando y nosotros por supuesto callados en el lugar. No hubo problemas porque nadie se desubicó. El clima, como conté, era amistoso en la platea y no quedaba otra que bancarse la derrota como caballeros.
Vélez era el actual campeón del fútbol argentino y aun no se esfumaban sus chances de ser bicampeón. Estuvimos cerca de empatarlo un par de veces, incluso con un tiro en el palo del Gallego González que hubiera desatado el festejo y no sé cómo nos hubiéramos comportado con mi hermano. Pero el empate no llegaba y el partido se acercaba al final. Entonces, pasó algo absolutamente inesperado.
En una contra, el equipo de Avellaneda llegó hasta el arco que daba a Reservistas donde estaba toda la hinchada visitante, y cuando el centro llovió sobre el área, ahí estaba el Lagarto Fleita, solo, esperando. La gente a nuestro alrededor se empezó a parar y cuando vi que el delantero hizo una pirueta extraña poniéndose de espaldas al arco se me estrujó el estómago. ¿Ahora se acuerdan de que partido hablo?
Toda la platea (excepto dos) estalló gritando el gol y el gordo gigante que teníamos adelante se dio vuelta haciendo que sus grasas flameen escandalosamente y me agarró de los cachetes al grito de: “¡Esos son goles carajo!”, mientras me sacudía de atrás hacia delante y seguía en éxtasis. Yo tenía ganas de arrancar una butaca e incrustársela en las carnes pero; por el espíritu de camaradería, la clara diferencia numérica; y mi tamaño que equivalía al 5% del de aquel leviatán, solo atine a sonreír forzosamente y decir “si,si,si”.
La gente de Racing nunca olvidó el gol de chilena de Juán Ramón Fleita (tóquense dos veces los huevos), pero yo nunca me olvide de ese gordo atrevido que se aprovechó de la situación y de mi dulce infancia cargada de inocencia y desventaja.
Una vez terminado el partido, nos despedimos de nuestros amigos siempre en un ambiente de cordialidad mientras nos preguntábamos si los visitantes hubieran reaccionado igual con nosotros si Vélez ganaba y gritábamos así los goles. Creíamos que no y después del mal trago, con mi hermano, nos juramos no volver nunca a mirar un partido metidos entre el público rival. Pero muy pronto traicionamos esa promesa. Valía todo con tal de ver al Fortín.
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