Vélez pasó una de esas, dramáticamente denominadas, pruebas de fuego. Si si, ya lo sé, no me vengan a la yugular. Entiendo que Cipoletti es un equipo de Federal A, desarmado, con falta de rodaje hace 4 meses y que la diferencia de jerarquía es abismal, pero recordando las experiencias recientes de Central Córdoba, Real Pilar, suplentes de Olimpo, Juventud de no sé dónde, Pincha de Caseros, realmente para este presente de Vélez era una verdadera prueba de fuego. Y fue tan así que a nuestro querido Fortín le costó un tiempo romper la endeble defensa rionegrina y resalto lo de endeble porque mas que virtudes propias del albinegro, el resultado se mantuvo en cero por falencias fortineras. Sacando el esfuerzo y ganas de Diaz o algún destello de Orellano, a Vélez le cuesta encontrar sociedades y volumen de juego que le permita crear peligro real al arco rival. Esta falta de ideas y profundidad se apuntala en rendimientos muy bajos e imprecisiones a la hora de mover la pelota en los últimos 30 metros y cae en un aburrido “vascular” que se vuelve predecible y monótono.
Pero Vélez era mucho más y en el primer ataque a fondo llegó el gol de Diaz. Un poco de vértigo, algún cambio de ritmo y un par de pases fueron suficiente para quebrar la débil resistencia rionegrina.
El segundo tiempo fue un entrenamiento. Orellano alcanzó un nivel superlativo y el ingreso de los pibes fue demasiado para un Cipoletti que ya estaba cansado y que, en su fuero interno, sabía que el panorama no era alentador. La emoción de gol de Pellegrino, el desequilibrio de Luca y los debut de Castro y Fernández cerraron un resultado justo e inapelable que puede ser una inyección en lo motivacional e incluso en lo futbolístico.
Párrafo aparte para la gente. Una fiesta en el entretiempo y un aliento constante, incesante. El hincha es eso. Es un estandarte de lealtad. Porque cuando la derrota nos pegó duro, ahí abajo, volvimos y fuimos carnaval.
Foto: Sitio Oficial Vélez Sarsfield