Como gran jugador de prode laboral de oficina, siempre hay una máxima a la hora de determinar un resultado. Si un equipo ganó un clásico o un partido sumamente importante es muy probable que a la fecha siguiente pierda, o al menos, no gane. No les voy a negar que a pesar de esa máxima me senté en el sillón a ver el partido con mucha fe y esperanza, porque la realidad es que la victoria ante River abría un nuevo camino de ilusión y esperanza.
Y el partido nos iba a empezar engañando porque Valentín Gómez iba a poner el 1 a 0 debutando en la red y porque Godín iba a sacar una pelota en la línea que festejo como un gol. Vélez contagiaba, mostraba la chapa y nos hacía pensar que se podía empezar a remontar el campeonato desde abajo; y además el VAR aplicaba justicia, todo bien. Pero todas esas sensaciones reconfortantes duraron poco. A la media hora de partido Garcés empataba y desde ahí Vélez hizo todo para perder el partido.
Un Wanchope obeso metía el 2 a 1, no se pudo ser desequilibrante con un hombre más ante la roja de Farías (el más peligroso de ellos) y Janson erró un penal pateado en las antípodas del que metió por la Copa contra River. Todo mal. Y cuando haces todo mal perdes, como terminó pasando y a pesar de tener todas las ventajas del trámite, del VAR y de una superioridad numérica no se pudo seguir en la senda del triunfo.
Evidentemente Vélez tiene la cabeza puesta en un solo objetivo y a pesar de entender la lógica de este pensar, y viendo la tabla de la Liga Profesional, es un pecado no empeñarse en sumar, al menos para aspirar a una Copa Sudamericana y, si me apuras, a pelear el torneo local.
Vélez no es autodestructivo, no voy a ser tan exagerado, pero tiende a flagelarse en sus mejores momentos, como no atreviéndose a ser feliz con consistencia.
Ahora River y la revancha. ¿Revancha? Seamos poéticos, el partido que había que ganar ya lo ganamos, pero es hora de poner el pecho en el torneo y empezar a sumar de a tres.
Foto: Sitio Oficial Vélez Sarsfield