Primero pudo haber sido Fontanarrosa y su épica futbolera naif y folclórica, luego pudo haber sido Sacheri y su mix de novela con cruel realidad. Cualquiera sea la visión que uno le de, Vélez puede ser la musa inspiradora de cualquier fana del fútbol que quiera incursionar en la literatura futbolera argenta.
Empezando por el arquero de los tres goles a su clásico rival y del gol eterno que pegó en un ángel, a la épica final mundial entre David y Goliat, para terminar en la polémica final interminable del granizo y la pandemia gripal, se puede escribir un nuevo capítulo en esta película que es Vélez: El penal y la roja que fueron y no fueron.
Lo vivido el sábado fue algo único, que rozó lo patético y lo dantesco al mismo tiempo. Jugadores, árbitros, productores de TV, periodistas, camarógrafos y público fueron protagonistas de la primera vez donde un juez se basa en la tecnología para dar vuelta un fallo. Obviamente lo triste es que el arbitro lo niega y de su rol de victimario pasa a ser victima justiciera, casi un Robin Hood porteño que se encargó de administrar justicia sobre un error garrafal que el mismo convalidó.
Vélez fue protagonista desde un principio, con sus limitaciones, pero enfrentando, quizás, al peor de sus rivales. Villalba era incisivo desde el principio y Desábato lograba equilibrar el medio. No fue profundo pero el peligro era inminente. Hasta que Caraglio erró su enésimo gol hecho, pero Amor, tan peligroso arriba como abajo, puso el gol de ventaja. Temprano Vélez ganaba, pero enfrentaba a sus propios temores, mantener el resultado. Y el temor no fue menor. Amor falló y Silva casi empata con un tiro que beso el palo. Nuevamente el traidor uruguayo se las ingenió solo para sacar un remate que Aguerre, de partido sobrio pero no despampanante, saco un bochón al córner. Arsenal con nada se acercaba al empate.
Pero de miserias viven los nefastos y Silva aprovechó otro horror defensivo, compartido entre la zaga central y originado por Somoza, y cabeceo solo al arco, ante la espectadora reacción del arquero. No lo gritó, pero desfiló "orgulloso" y hasta intercambió conceptos con la popular. Y con la ley del ex pesando en los hombros, Vélez, nuevamente, se sumergía en sus limitaciones. El ingreso de Correa le dio vértigo, que sumado al desborde de Villalba, le daba variantes al siempre predecible ataque fortinero.
Pero en el medio un papelón más para nuestro futbol argentino, que luego sería coronado con otro penal (esta vez bien cobrado) y el definitivo 2 - 1. Desde ahí ya no hay análisis porque la pasión y los nervios primaron por sobre toda lógica o sentido racional. Un hervidero que pedía sangre solo se calmó con una victoria justa y merecida, basada en un cambio de actitud y las frescas actuaciones de Villalba, Correa y el correcto ingreso de Tripichio.
Fue otro guion de película, de documental, de clase teórica de lo que no hay que hacer, al menos lo que no hay que hacer en la cancha de Boca o River, porque solo a nosotros nos hacen estas cosas en nuestra casa. Pero hasta cuando tentar a la suerte del club modelo, porque esperemos que estos finales de película sean siempre felices para los ineptos y no cansen a la gente.
DE PELÍCULA
Rodrigo Javier Martínez, 08-04-2015
